Comparto
la visión del colega y amigo de cátedra Eduardo Gorosito. No encontré una mejor
manera de explicar la crisis del ’30:
Pese a la
gravedad de los acontecimientos con los que se presentaba el siglo XX (guerras
y monopolios) persistía aún el optimismo con respecto al crecimiento de la
economía capitalista. Pero la crisis que se desencadenó en los Estados Unidos
en octubre de 1929, y que se venía manifestando desde años antes en otros
países (en Inglaterra desde 1921), se destacó por sobre todas las anteriores
por su profundidad y duración. Esta crisis ha pasado a la historia con diversas
denominaciones, y en general se la recuerda como “la crisis del 30”.
Conocer
las características principales de las crisis económicas, sus causas y efectos,
resultan esenciales para entender no solo la respuesta teórica y practica
posterior (Keynes), sino también para entender mejor todavía el pensamiento
precedente (neoclásicos) y al mismo tiempo indagar sobre sus efectos en nuestro
país con cambio de modelo económico, político y social incluido.
La
esencia de la crisis
Cuando se
presenta una crisis económica, lo que inmediatamente salta a la vista es que la
mayoría de los vendedores no encuentran adquirentes que puedan comprar, a
precios remunerativos, todas las mercancías puestas en el mercado. Por esto, la
crisis aparece como una escasez de demanda, es decir, como la
inexistencia de una demanda suficiente para absorber toda la producción a
precios que cubran, al menos, los costos de producción.
Juan
Bautista Say (1767-1832), economista clásico francés, afirmó que toda oferta
crea una demanda de igual cuantía monetaria: Quien vende mercancías recibe a
cambio de estas una cantidad de dinero con la que no puede hacer otra cosa sino
gastarla en la adquisición de otras mercancías. Es decir, no se ofrece una
mercancía si no es con el fin de demandar otra mercancía, siendo así, la
demanda y la oferta, dos momentos de un mismo acto económico, haciendo
imposible el desequilibrio entre las dos.
Esta
concepción, que pasaría a denominarse Ley de Say, niega la posibilidad de
crisis económica al negar la posibilidad de demanda insuficiente, y fue durante
décadas incorporada al conjunto de verdades indiscutibles por la teoría
neoclásica.
La
ciencia económica tardó mucho tiempo en descubrir dónde reside el error de Say.
El primero en criticarlo fue Carlos Marx (1818-1883), quien señaló que dicha
ley pudo haber sido cierta en sociedades anteriores a la capitalista, cuando
las personas sólo requerían de dinero para gastarlo en la adquisición de otras
mercancías. Pero en el sistema capitalista, el dinero no sólo es intermediario
de los intercambios, sino que sirve como capital. Es decir, que el empresario
dispone del dinero obtenido en la venta de sus mercancías, para reconstituir e
incrementar su capital, pero esto sólo lo hará si puede razonablemente suponer
que el capital en el que convierte su dinero puede darle un beneficio.
Si estas
previsiones no son favorables, la conversión del dinero en mercancías no tiene
lugar, lo que implica una interrupción del circuito de ventas y compras, y de
allí tienda a generalizarse hacia todo el sistema económico. Por ejemplo, si un
empresario por cualquier razón considera que sus previsiones de rentabilidad no
son favorables y por lo tanto no gasta el dinero que ha recibido por la venta
de sus mercancías, todos aquéllos empresarios que producen las mercancías que
éste habría tenido que adquirir, quedarán con una parte de su producción sin
vender, reducirán también ellos su demanda y difundirán el efecto a otros
empresarios. Y así sucesivamente.
Esa reducción
de la demanda, afectará el nivel de empleo: el desempleo irá en aumento a
medida que el anterior proceso tenga lugar, con la consiguiente caída de la
demanda de bienes de consumo por parte de los trabajadores, afectando también a
otros empresarios. Es todo una reacción en cadena. Como se puede observar, el
equilibrio entre los bienes producidos y los utilizados, necesita de
proporciones que nunca se establecen con precisión, ya que cada empresario
tantea la forma de obtener los mejores beneficios, evaluando el estado del
mercado y decidiendo de acuerdo a su estricto interés individual. De esta forma
- torpe y socialmente costosa - cada empresa decide qué y cuánto se ha de
producir sin saber qué es lo que van a elaborar las otras empresas del país o del
extranjero, suponiendo cada uno que el mercado absorberá sus productos luego de
elaborados.
Estas
desproporciones, que dan lugar a situaciones de exceso y escasez; de ajustes y
reajustes; de subidas y caídas de precios; otorgan momentos de beneficios adicionales
y momentos de bancarrota, y constituyen el modo burdo y ciego en que se imponen
las leyes del mercado. ¿ Qué motivos pueden impulsar a un empresario a
considerar favorables o no las perspectivas de rentabilidad?.
Una
empresa que produce bienes de consumo hará sus previsiones de rentabilidad, si
sus compradores son fundamentalmente asalariados, observando la marcha futura
del nivel de empleo, directamente vinculado a la capacidad de consumo. En este
caso la previsión no es muy difícil de hacer. Pero esa empresa es abastecida de
bienes de producción por otras empresas, que a su vez lo son por otras y otras
más, en una larga cadena. Así, la demanda de factores de producción por parte
de estas empresas, en esa larga sucesión antes mencionada, no está ligada a
ningún elemento natural, y sólo dependerá de lo que las demás empresas decidan
hacer.
Como todo
está en continuo movimiento y cambio, para una determinada empresa puede no
estar del todo claro lo que las demás empresas de quienes depende, harán en el
futuro, y por lo tanto no tendrá base suficiente para hacer previsiones fiables
sobre la rentabilidad de las inversiones que desea hacer. Podrá ocurrir
entonces una caída de estas inversiones, con la consiguiente reacción en cadena
antes mencionada, al encontrarse muchas empresas distantes del único elemento
realmente estable a lo largo del tiempo que el sistema posee: el consumo de los
asalariados.
Los
fenómenos antes mencionados, que se dan comúnmente en una rama, en un mercado,
en una región o en determinado país, dan lugar a crisis parciales del sistema
económico. Pero existen situaciones que subyacen en el sistema y que pueden
provocar la extensión de la crisis a todas las ramas de la economía y al mundo
entero. Como eso sucedió a partir de 1929 con una profundidad antes
desconocida, es importante señalar sus principales características.
Mencionamos
antes que las crisis económicas comienzan a manifestarse cuando las mercancías
no encuentran salida porque se han producido en cantidades mayores a la
capacidad de compra de la población. Un fenómeno fácilmente observable hoy, es
la combinación de dos elementos que amplían a niveles nunca vistos, tanto la
producción como la productividad. Por un lado, la aplicación cada vez más
rápida de nuevos adelantos técnicos y científicos a la producción. Es decir,
las empresas permanentemente y con mayor rapidez emplean más y mejores
maquinarias que elevan la producción y la productividad de bienes. Esto
requiere de enormes inversiones que no se realizan por una simple aspiración a
la modernización, sino porque si desean seguir existiendo como tales, se
ven obligadas a hacerlo enfrentadas a una creciente competitividad. Quien no lo
hace se verá desplazada del mercado por otra que obtiene más y mejores
productos a un precio más bajo. Es una cuestión de vida o muerte.
Por otro
lado, y también fácilmente observable en la actualidad en el ámbito mundial, se
le agrega la creciente intensificación de la jornada laboral. Los asalariados
trabajan cada vez más horas, con mayores exigencias de producción y a un ritmo
más intenso.
Ambos
elementos combinados producen una verdadera explosión productiva en el sistema,
que no va acompañada con un aumento a igual ritmo del ingreso de los
asalariados, que constituyen por su número en cualquier sociedad moderna
el grueso de los consumidores. Esto también es “obligatorio” en el sistema,
puesto que la motivación de la producción es el beneficio, y éste se encuentra
en relación inversa a la participación de los salarios en el producto. El
resultado es que existe una tendencia constante a que la sociedad
capitalista debilite su propio mercado.
Cuando el
stock de mercancías “sobrantes” comienza a llenar los depósitos de las
empresas, los empresarios reducen la producción y con ello, comienzan a reducir
el personal empleado. Otra manifestación consiste en la caída de los precios
ante la abundancia de mercancías sin vender, lo que lleva a que las empresas
más pequeñas y medianas, con menor margen de maniobra frente a los costos de
producción, no puedan soportarla y quiebren. Estos dos elementos combinados
profundizan el desempleo.
El
desempleo de millones de trabajadores disminuye decisivamente la capacidad de
compra de los mismos, que son, como dijimos antes, la inmensa mayoría de los
consumidores, afectando por transmisión a gran número de pequeños productores
de la ciudad y del campo, al comercio y a las finanzas cuando se corta la
cadena de pagos e interrumpe el crédito. Las dificultades crecientes de las
empresas más chicas comienza así a trasladarse a las más grandes.
A medida
que la crisis se expande, los problemas llegan a las empresas que tienen
acciones que cotizan en la Bolsa de Valores. Cuando esto ocurre, cae la
cotización de sus acciones, y se difunde la bancarrota, con la quiebra de
grandes empresas industriales, comerciales y bancos.
En
síntesis, el descenso de los ingresos de los trabajadores y demás sectores
populares, causado por los bajos salarios y el desempleo creciente, baja
abruptamente su capacidad de consumo. Cuando el consumo de la sociedad
disminuye, los empresarios, al no tener probabilidades de ubicar la producción,
retraen la inversión, comenzando un círculo vicioso en el cual toda la economía
cae en una profunda depresión.
Aparece
así una situación sumamente paradójica: millones de personas son arrojadas a la
marginalidad y al hambre porque la economía ha producido “demasiado”. Esta
característica diferencia sustancialmente a las crisis contemporáneas con las
crisis de otras etapas de la historia de la humanidad. En la antigüedad o en la
época medieval, las hambrunas se extendían como consecuencia de grandes
calamidades naturales, por los efectos de guerras o epidemias, o simplemente
por la insuficiencia de la producción, lo que causaba escasez de productos.
Bajo el sistema económico capitalista, las crisis se producen por
sobreproducción. Pero al término sobreproducción debemos agregarle “relativa”,
porque el problema no consiste en que la mayoría de la población no desee
adquirir los bienes “sobrantes”, sino que no tiene con qué adquirirlos, es
decir, no posee los ingresos necesarios para comprarlos y consumirlos. El
“sobrante” sólo existe con respecto a la capacidad de demanda, y no con
respecto a las necesidades reales de la sociedad, siendo por lo tanto una
sobreproducción relativa.
La caída
del consumo arrastra consigo a las importaciones que, como respuesta provoca
similar descenso de las exportaciones. Debemos agregar, además, que, con el
objetivo de defender el nivel de empleo, los gobiernos toman medidas
proteccionistas con respecto a sus industrias, lo cual, combinado a lo
anterior, provoca una disminución notable del comercio internacional. Por ese
motivo, los países que más vinculadas tienen sus economías con el exterior, son
lo que reciben en forma más rápida y profunda los efectos de la crisis.
El
comercio internacional se convierte así, en el principal transmisor de un país
a otro, de los efectos de la crisis de sobreproducción relativa. Y este es otro
motivo más para acentuar la respuesta “proteccionista” de los gobiernos.
Entre los
principales acontecimientos políticos y sociales que hicieron eclosión por los
efectos de la Gran Depresión, debe mencionarse al avance internacional del
fascismo, la forma más reaccionaria y terrorista de dictadura de los grandes
grupos monopólicos, con su secuela de racismo, exterminio y guerra, que
culminaría precisamente en el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
En
nuestro país la crisis internacional jaqueó al modelo agro-exportador
implantado desde la organización del Estado nacional en 1860-80. Su efecto
político inmediato fue el golpe militar de 1930 contra el gobierno
constitucional de Hipólito Irigoyen. Pero los efectos económico-sociales se
manifestaron en la caída de las exportaciones de bienes primarios, la
consiguiente crisis agraria, la migración interna y la acelerada urbanización.
La
combinación del excedente de capitales con un mercado insatisfecho y la
disponibilidad de mano de obra, crearon las condiciones para el surgimiento del
proceso de industrialización por sustitución de importaciones, donde el Estado
jugó un papel creciente como agente económico. A su vez, el inicio de este
proceso condujo a cambios importantes en la composición social de la población
argentina, teniendo la clase obrera industrial un peso creciente, que se haría
notar claramente a partir de 1945