12/7/20

El pensamiento neoclásico

Si bien todos los economistas que desde 1871 contribuyeron a la formación de esta corriente, se propusieron a sí mismos como continuadores de la economía clásica (de allí la denominación universal de “neoclásicos”), la economía neoclásica no tiene nada en común, aparte de ciertas categorías y de algunos principios empleados de una manera completamente distinta, con el esquema conceptual de los clásicos. Se trata de dos mundos completamente distintos, sin ninguna posibilidad de comunicación.
Ella representa el triunfo cultural, además de político, de la burguesía, y la convicción que el capitalismo, regulado por principios al mismo tiempo naturales y racionales, por lo tanto inmutables y universales, (herencia de los clásicos) era irreversible. Todo el contenido de los “Principios de Economía” de Alfred Marshall, que continúa utilizándose como punto de referencia, hasta llegar a convertirla en auto de fe.

El contexto histórico de la aparición del pensamiento neoclásico está caracterizado por la finalización de la etapa del capitalismo de libre concurrencia, y el inicio del capitalismo de “competencia imperfecta”, con el surgimiento de los monopolios y la consiguiente fase imperialista. Son precisamente los monopolios, poderosas asociaciones de capitalistas que concentran la producción, la venta, y hasta toda una rama de la economía, una de las principales características del imperialismo. Otra característica del imperialismo es el nuevo papel de los bancos, que de modestos intermediarios entre capitalistas, por un similar proceso de concentración, se van transformado en poderosos monopolios.

Las dos vertientes de concentración, en la industria y la banca, convergen en un nuevo fenómeno, la formación del capital financiero y de la oligarquía financiera, que es el sector de la gran burguesía que representa a dicho capital. Si lo que caracterizaba al capitalismo de libre competencia era la exportación de mercancías, el elemento típico del capitalismo monopolista es la exportación de capitales, en busca de tasas de ganancias más elevadas que en el país de origen. Este fenómeno constituye la base sobre la cual se forman las relaciones de dependencia y dominación económicas de las grandes potencias sobre otros países.

La exportación de capitales conduce inevitablemente al reparto de influencia y de mercados mundiales entre las grandes asociaciones monopolistas, es decir, a un reparto económico del mundo, creando relaciones de dependencia económica y política en los países más débiles, y siendo causa de numerosos conflictos bélicos al exacerbarse la competencia entre las grandes potencias imperialistas.

El inicio de la fase imperialista del capitalismo implicó profundos cambios en la economía de los países occidentales. En unos pocos decenios se produjo el movimiento migratorio más grande de la historia: aproximadamente 60 millones de personas se desplazaron desde Europa a diversas áreas del mundo, especialmente a América. El viejo continente descargaba así a su enorme población “sobrante”, compuesta principalmente por pobres, desocupados y campesinos desplazados, hacia otros países.

Con ello bajó la tensión social europea, y se fue superando la época de las revoluciones. La formación de grandes concentraciones industriales contribuyó a crear un clima de prosperidad sin precedentes, que apoyado en una mejora de los salarios, se manifestó culturalmente en la fe en el progreso y en un discurso económico que, si bien señalaba ciertas “imperfecciones”, estaba lleno de optimismo.
La atención de la ciencia económica se fue orientando hacia el proceso en que el sistema de mercado distribuye los recursos en el corto plazo. Mientras que en la anterior tradición clásica y marxista se trataba de descubrir las leyes económicas y las categorías del sistema en el largo plazo, ahora se parte del sujeto económico (la empresa, el consumidor, el productor, etc.) es decir, de las unidades que toman decisiones.

Así, se eleva de rango a la “teoría de los precios de mercado”, con lo que se degradan otros temas: el análisis a largo plazo (la economía se desprende de la historia) y la distribución (la economía se separa de los temas sociales y de la política) La Economía Política pasa a ser simplemente Economía.

El pensamiento neoclásico se constituye de esta manera en una refutación a Marx. Desde el punto de vista de los contenidos, el viraje iniciado en 1871 consiste en el rechazo explícito de la teoría del valor-trabajo o teoría objetiva del valor. Para los neoclásicos, el valor de las mercancías no puede ser encontrado en cualidades extrínsecas a ellas (el trabajo incorporado), sino que se deriva de los juicios expresados por los individuos. Son éstos, de acuerdo a sus propias necesidades y preferencias, quienes atribuyen valores a los bienes.

De esta forma, la teoría objetiva del valor cede el lugar a la teoría subjetiva: la atención se desplaza desde la esfera de la producción hacia la esfera del consumo. Se erige el principio de la soberanía del consumidor, punto clave del pensamiento neoclásico: es éste quien, según sus propios gustos y decisiones determina el valor de los bienes, y por lo tanto, quien regula y orienta el mundo de la producción. Pero la determinación del valor subjetivo de las mercancías depende de un dato y de un presupuesto.

El dato es que los bienes para satisfacer las necesidades de los individuos son escasos, por lo que surge el problema de decidir de acuerdo a la importancia de la necesidad, transformándose esta elección en el “problema económico”. Es bueno tener presente que la idea de escasez no es sinónimo pobreza. Mientras la pobreza es superable, la escasez es una constante en el individuo, aún viviendo en una sociedad desarrollada, ya que siempre deseará más bienes que la posibilidad existente de satisfacer su deseo. Aquí aparece también el vínculo de los neoclásicos con la ley de Say: “la oferta crea su propia demanda”. Si la demanda está garantizada, debido a la sensación de escasez, los economistas deben centrar su atención en la oferta, es decir, en la producción de bienes.

El presupuesto es que la decisión se toma racionalmente, de acuerdo a un cálculo lógico: el individuo clasifica, en primer lugar, sus propias necesidades de acuerdo a su importancia, para repartir luego los medios escasos que tiene a su disposición a fin de obtener el más elevado nivel de satisfacción.

La economía se convierte en la ciencia de la elección, justificada en la escasez de medios y en la diversidad de necesidades individuales. Y el objeto de estudio es el individuo abstracto, sin distinción de clases, con un comportamiento racional, y que toma libremente las decisiones. A partir de esto surge la nueva teoría del valor, que es denominada Teoría de la Utilidad: el valor de las mercancías depende de su capacidad para satisfacer las necesidades, y está determinado por el juicio subjetivo del consumidor.

El economista inglés Alfred Marshall editó en 1890 su libro más importante, “Principios de Economía”, que constituye la versión más vulgar pero más difundida del pensamiento económico neoclásico que continúa transmitiéndose hasta nuestros días. Es bueno destacar que a partir de esta escuela, la teorización económica dejó de ser una actividad exclusivamente británica para convertirse en internacional, con la participación de pensadores estadounidenses, alemanes, suecos, austriacos (el caso de Menger), franceses, etc.