Si
bien todos los economistas que desde 1871 contribuyeron a la formación
de esta corriente, se propusieron a sí mismos como continuadores de la
economía clásica (de allí la denominación universal de “neoclásicos”),
la economía neoclásica no tiene nada en común, aparte de ciertas
categorías y de algunos principios empleados de una manera completamente
distinta, con el esquema conceptual de los clásicos. Se trata de dos
mundos completamente distintos, sin ninguna posibilidad de comunicación.
Ella
representa el triunfo cultural, además de político, de la burguesía, y
la convicción que el capitalismo, regulado por principios al mismo
tiempo naturales y racionales, por lo tanto inmutables y universales,
(herencia de los clásicos) era irreversible. Todo el contenido de los
“Principios de Economía” de Alfred Marshall, que continúa utilizándose
como punto de referencia, hasta llegar a convertirla en auto de fe.
El
contexto histórico de la aparición del pensamiento neoclásico está
caracterizado por la finalización de la etapa del capitalismo de libre
concurrencia, y el inicio del capitalismo de “competencia imperfecta”,
con el surgimiento de los monopolios y la consiguiente fase
imperialista. Son precisamente los monopolios, poderosas asociaciones de
capitalistas que concentran la producción, la venta, y hasta toda una
rama de la economía, una de las principales características del
imperialismo. Otra característica del imperialismo es el nuevo papel de
los bancos, que de modestos intermediarios entre capitalistas, por un
similar proceso de concentración, se van transformado en poderosos
monopolios.
Las dos
vertientes de concentración, en la industria y la banca, convergen en
un nuevo fenómeno, la formación del capital financiero y de la
oligarquía financiera, que es el sector de la gran burguesía que
representa a dicho capital. Si lo que caracterizaba al capitalismo de
libre competencia era la exportación de mercancías, el elemento típico
del capitalismo monopolista es la exportación de capitales, en busca de
tasas de ganancias más elevadas que en el país de origen. Este fenómeno
constituye la base sobre la cual se forman las relaciones de
dependencia y dominación económicas de las grandes potencias sobre
otros países.
La
exportación de capitales conduce inevitablemente al reparto de
influencia y de mercados mundiales entre las grandes asociaciones
monopolistas, es decir, a un reparto económico del mundo, creando
relaciones de dependencia económica y política en los países más
débiles, y siendo causa de numerosos conflictos bélicos al exacerbarse
la competencia entre las grandes potencias imperialistas.
El inicio de
la fase imperialista del capitalismo implicó profundos cambios en la
economía de los países occidentales. En unos pocos decenios se produjo
el movimiento migratorio más grande de la historia: aproximadamente 60
millones de personas se desplazaron desde Europa a diversas áreas del
mundo, especialmente a América. El viejo continente descargaba así a su
enorme población “sobrante”, compuesta principalmente por pobres,
desocupados y campesinos desplazados, hacia otros países.
Con ello bajó
la tensión social europea, y se fue superando la época de las
revoluciones. La formación de grandes concentraciones industriales
contribuyó a crear un clima de prosperidad sin precedentes, que apoyado
en una mejora de los salarios, se manifestó culturalmente en la fe en
el progreso y en un discurso económico que, si bien señalaba ciertas
“imperfecciones”, estaba lleno de optimismo.
La atención de la ciencia económica se fue orientando hacia el proceso en que el sistema de mercado distribuye los recursos en el corto plazo. Mientras que en la anterior tradición clásica y marxista se trataba de descubrir las leyes económicas y las categorías del sistema en el largo plazo, ahora se parte del sujeto económico (la empresa, el consumidor, el productor, etc.) es decir, de las unidades que toman decisiones.
La atención de la ciencia económica se fue orientando hacia el proceso en que el sistema de mercado distribuye los recursos en el corto plazo. Mientras que en la anterior tradición clásica y marxista se trataba de descubrir las leyes económicas y las categorías del sistema en el largo plazo, ahora se parte del sujeto económico (la empresa, el consumidor, el productor, etc.) es decir, de las unidades que toman decisiones.
Así, se eleva
de rango a la “teoría de los precios de mercado”, con lo que se
degradan otros temas: el análisis a largo plazo (la economía se
desprende de la historia) y la distribución (la economía se separa de
los temas sociales y de la política) La Economía Política pasa a ser
simplemente Economía.
El
pensamiento neoclásico se constituye de esta manera en una refutación a
Marx. Desde el punto de vista de los contenidos, el viraje iniciado en
1871 consiste en el rechazo explícito de la teoría del valor-trabajo o
teoría objetiva del valor. Para los neoclásicos, el valor de las
mercancías no puede ser encontrado en cualidades extrínsecas a ellas (el
trabajo incorporado), sino que se deriva de los juicios expresados por
los individuos. Son éstos, de acuerdo a sus propias necesidades y
preferencias, quienes atribuyen valores a los bienes.
De esta
forma, la teoría objetiva del valor cede el lugar a la teoría
subjetiva: la atención se desplaza desde la esfera de la producción
hacia la esfera del consumo. Se erige el principio de la soberanía del
consumidor, punto clave del pensamiento neoclásico: es éste quien, según
sus propios gustos y decisiones determina el valor de los bienes, y
por lo tanto, quien regula y orienta el mundo de la producción. Pero la
determinación del valor subjetivo de las mercancías depende de un dato
y de un presupuesto.
El dato es
que los bienes para satisfacer las necesidades de los individuos son
escasos, por lo que surge el problema de decidir de acuerdo a la
importancia de la necesidad, transformándose esta elección en el
“problema económico”. Es bueno tener presente que la idea de escasez no
es sinónimo pobreza. Mientras la pobreza es superable, la escasez es
una constante en el individuo, aún viviendo en una sociedad
desarrollada, ya que siempre deseará más bienes que la posibilidad
existente de satisfacer su deseo. Aquí aparece también el vínculo de los
neoclásicos con la ley de Say: “la oferta crea su propia demanda”. Si
la demanda está garantizada, debido a la sensación de escasez, los
economistas deben centrar su atención en la oferta, es decir, en la
producción de bienes.
El
presupuesto es que la decisión se toma racionalmente, de acuerdo a un
cálculo lógico: el individuo clasifica, en primer lugar, sus propias
necesidades de acuerdo a su importancia, para repartir luego los medios
escasos que tiene a su disposición a fin de obtener el más elevado
nivel de satisfacción.
La economía
se convierte en la ciencia de la elección, justificada en la escasez de
medios y en la diversidad de necesidades individuales. Y el objeto de
estudio es el individuo abstracto, sin distinción de clases, con un
comportamiento racional, y que toma libremente las decisiones. A partir
de esto surge la nueva teoría del valor, que es denominada Teoría de
la Utilidad: el valor de las mercancías depende de su capacidad para
satisfacer las necesidades, y está determinado por el juicio subjetivo
del consumidor.
El economista
inglés Alfred Marshall editó en 1890 su libro más importante,
“Principios de Economía”, que constituye la versión más vulgar pero más
difundida del pensamiento económico neoclásico que continúa
transmitiéndose hasta nuestros días. Es bueno destacar que a partir de
esta escuela, la teorización económica dejó de ser una actividad
exclusivamente británica para convertirse en internacional, con la
participación de pensadores estadounidenses, alemanes, suecos,
austriacos (el caso de Menger), franceses, etc.